Adelanto de mi próximo libro: " LA BRUJA Y EL BUFÓN, ESPEJO DE LOS TONTOS, SON."

 LA BRUJA Y EL BUFÓN, ESPEJO DE LOS TONTOS, SON. 

Mujeres, poder simbólico y la transgresión de lo sagrado.

ELENA CATALÁN ©

(Adelanto de mi próximo libro que verá la luz en breve. Este mismo texto aparece como voz en OF de un documental subido a YouTube bajo el mismo título. https://youtu.be/_QCYfF7pnsU?si=9M-lGYhK9HgBM79L)

   



 LA SEÑORA DEL TRONO

Al principio de todo existía la Gran Diosa Paleolítica, la Gran Madre, el inconsciente universal que en todos nosotros mora, aunque la hayamos olvidado.

Porque los humanos tenemos problemas ante lo absoluto e infinito como seres limitados, recortados y con medida que somos. Así, envidiosos de su inmensidad, la fragmentamos dividiéndola en pedazos para adaptarla a nuestra imagen.

Sin embargo, como dijo Freud, siempre repetimos, recordamos y tratamos de arreglar de forma obsesiva lo que hemos olvidado o necesitamos sanar. Y en ese juego extraño llevamos milenios atrapados…

La deidad egipcia más antigua es Bat, perteneciente al Neolítico tardío y el Período Predinástico (4000-3100 a. C.). Bat era una diosa vaca celestial ligada a la realeza y la maternidad divina. Sus cuernos de vaca, estilizados, fueron el origen del símbolo del trono divino. Con el tiempo, Bat se transformó en Hathor, conocida como la «Señora del Trono».

Hathor llevaba un espejo o un sistro (un sonajero) con una pequeña cabeza de sí misma en la empuñadura, que representaba el reflejo fractal de lo femenino en la naturaleza, como un eco que se repite sin fin.

Los egipcios creían que el humor venía de lo femenino, y por eso Hathor era considerada la diosa de la risa, la burla, el juego, el baile y el vino. Pero esta diosa se dividió y se mezcló con otras figuras. Una de ellas fue Bes, una especie de caricatura masculina y deformada que parece una burla de sí misma.

Bes aparece en escenas de coronación, legitimando el poder del faraón, vinculándose así al trono de Hathor.  También era crucial en los nacimientos reales, protegiendo a la reina y al futuro heredero, Horus, reencarnado. Lo que lo vuelve a unir a Bes con Hathor la guardiana de la realeza.

En la corte, Bes actuaba como bufón, tocando tambores o danzando, aliviando con su carácter humorístico las tensiones de la corte, y por eso tenía una especie de sacralidad esotérica.

Por otro lado, Hathor se mezcló con Isis, cuyo nombre en jeroglífico es un trono.

Isis era la diosa de las hechiceras, conocida como Uret Hekau, que significa «Grande de Magia» o «la Gran Magia», la personificación de los poderes sobrenaturales.

En su honor todavía hoy celebramos el carnaval, una palabra que viene de Carrus Navalis, una procesión de barcos con ruedas donde bailarines con máscaras de Anubis sacaban a pasear la estatua de Isis en los ritos de la Navigium Isidis (Nave de Isis).

Este festejo marcaba el inicio de la temporada de navegación por el Mediterráneo y se celebró en Roma hasta el siglo V. Y con el tiempo, se mezcló con las bacanales y las saturnales.

En las bacanales, las bacantes, mujeres que caían en la locura en los ritos orgiásticos de Baco (Dionisio), eran acusadas de despedazar a muchachos. Algo que Ovidio usó para señalar que había un «mal» en las mujeres.

En la época ptolemaica (332-30 a. C.), tras la conquista de Alejandro Magno, Hathor, llamada «Señora de la Ebriedad», se asoció con Dionisio. En su templo de Dendera, aparecen motivos como uvas y thyrsos (varas de Dionisio) junto a los sistros de Hathor. Una inscripción de Ptolomeo IV (alrededor del 200 a. C.) la describe como una diosa festiva ligada a Dionisio en las ceremonias reales. Esta conexión también viene de su relación con Osiris, el esposo de Isis y a veces de Hathor. Los Ptolomeos promovieron una diosa llamada Afrodito, una mezcla de Dionisio y Hathor, que combinaba aspectos de vino y danza de ambos. Isis también se mezcló con Afrodita, la hermana de las Erinias, diosas de garras afiladas que vuelven locos a los hombres.

Afrodita tiene dos caras: por un lado, Afrodita Urania, la celestial, fuente de todo conocimiento; por otro, Afrodita Pandemos, la de las pasiones bajas, la vulgar, que cabalga brujerilmente sobre una cabra macho junto a Dionisio, las Bacantes y Pan, el sátiro burlón con patas de cabra. Estos —Bes, Dionisio y Pan— parecen ser versiones masculinas y burlescas de Hathor, y tiene sentido porque el inconsciente colectivo, que heredamos de nuestras madres, se disfraza de bufón para mostrarnos lo ridículos que somos por no darnos cuenta de su existencia.

La elección de la cabra como montura no es casual. Hathor, como catedral, guarda dentro de sí otra cátedra, el trono, que se representa con forma cúbica, como símbolo de poder, autoridad y estabilidad. El propio nombre de Hathor es un cuadrado que alberga otro cuadrado en su interior y a Horus, representando la casa de Dios.

Los faraones son una representación terrenal de Horus. El trono cúbico análogamente a la propia Hathor es un dado, porque la diosa nos otorga la suerte en su rodar. Por eso Hathor como vaca es «la manchada» y nosotros, los sujetos al destino y finitud, las manchas del dado. Y los dados antiguos eran huesos de astrágalos de cabra.

Hathor a su vez es la que recibe a los muertos y, en relación Afrodita Urania, era considerada la mayor de las Parcas, la que corta el hilo de la vida, llamada Atropos «la que no gira», porque cuando el dado deja de rodar, el juego termina. Afrodita Urania, bajo el nombre de Ericina «la diosa del brezo», era la diosa de las abejas, vinculada a un ritual de sacrificio masculino similar al de las abejas con los zánganos, ganándose el apodo de Andrófona «asesina de hombres». Esto es interesante, porque en los brezales, donde crece el brezo, eran los lugares donde se decía que las brujas bailaban y se reunían.

Las ménades, cuyo nombre significa “las que desvarían”, eran las seguidoras y nodrizas de Dionisio. Bajo el influjo del dios, se sumían en un frenesí salvaje que las llevaba a danzar con furia, practicar el sparagmos —el desgarramiento de animales vivos e incluso, en ocasiones, de muchachos— y la omofagia, el consumo de carne cruda.

El eco de este delirio prende la llama de la caza de brujas, una inversión de roles en la que son las mujeres las perseguidas y asesinadas, bajo la acusación de estar poseídas por espíritus malignos.

Un ejemplo histórico de comportamiento de masa impulsado por el pánico moral, donde las personas, atrapadas en una psicosis colectiva, se tornan acríticas y primitivas, incapaces de razonar sobre las raíces de su fanatismo.

 

 

ICONOGRAFÍA DE LA BRUJA

 

La primera mención de una bruja volando en escoba aparece en Le Champion des Dames (1451) de Martin Le Franc, en el episodio conocido como “El vuelo de las brujas de Vaud”. En esta obra, las brujas no son representadas como seres horrendos, al igual que en el grabado Las cuatro brujas (1497) de Alberto Durero, donde se muestran como mujeres comunes. El concepto de la bruja como figura grotesca no comenzó a popularizarse hasta el año 1500. Fue Andrea Mantegna, con su obra La batalla de los dioses del mar (1500), quien influyó en la imagen de la bruja como una vieja arpía, con senos marchitos que, según la creencia, la llevaban a envidiar a las mujeres lactantes y, en un acto de venganza, a devorar a sus hijos. Poco después, entre 1500 y 1501, Alberto Durero creó su icónico grabado Bruja montando una cabra al revés, inspirado en las historias que describían a las brujas convocadas al Lūdus Dianae ac Herodiadis “El juego de Diana y Herodías”, un banquete presidido por Satanás. En estas narraciones, el demonio Magisterius, bajo la forma de una cabra, las transportaba a la reunión, evocando la imagen de Afrodita Pandemos montada de manera similar.

Satanás, con forma de cabra, las esperaba sentado en un trono. Ante él se celebraban misas invertidas, donde todo debía hacerse al revés: incluso caminar de espaldas, a modo de espejamiento por ser el diablo lo espejado, lo inverso a Dios.

HATHOR Y EL JUEGO DE LA OCA

Hathor, la diosa del juego y del vino, haciéndose la loca, porque lo que más se ha llamado a la mujer a lo largo de la historia ha sido loca, se disfraza de bufón, ocultándose bajo diversas máscaras. Una de ellas es el Apóstol Santiago, debido a que Venus es la perla de todo conocimiento, la de la concha, símbolo del canal de parto que ostenta Santiago, siendo además "vieira" cognado de Venus.

La campiña de los Juncos era el paraíso egipcio donde moraban los dioses y podían entras las almas en forma de oca que hubieran superado las pruebas del inframundo. Por eso  el juego de la oca es un fractal del Camino de Santiago, y Santiago es el dado, al derivar su nombre de Jacob, del hebreo יַעֲקֹב‎ (Ya‘ăqōb), que significa «el que apoya el talón en el suelo», «el que sigue de cerca a los demás», «el que oculta su intención o voluntad y manipula a los otros», o «el que pone cara de póker», es decir, «el que agarra del talón». Esto se relaciona con el hebreo עקב (‘aqab), que es «talón, calcañar» o «bajar el talón», un eufemismo de tener a alguien cogido «por los huevos (la sede de su voluntad)», en el sentido de manipularlo sutilmente para tomar el control de forma inconsciente. Y en este punto es importante volver a subrayar que los dados primitivos eran huesos de astrágalo. Además, Jacob está conectado con יקב (yeqeb), que significa «tina, cuba o cubo de vino» o «hueco en la roca que recibe el vino del lagar», el cubilete del dado. Mientras, en latín, cubus, del griego κύβος (kúbos), significa «cubo» o «dado de juego, azar». Así, se podría decir que Iακώβ (Iacobus) tiene cara de póker porque, a diferencia de nosotros, conoce nuestro destino, siendo la casa de Dios, la casa que siempre gana.

Los nexos entre Hathor y Jacob no terminan aquí. Así como Hathor era el trono del faraón, Jacob, recostado sobre una piedra, sueña con la escalera que asciende a la casa de Dios. Posteriormente, esa piedra le fue robada a Moisés por una princesa egipcia llamada Scota, derivación de Escotia «oscura, oculta» epíteto de Afrodita. Y el lugar donde roba la piedra es Pī Haḥīrōt, «la Casa de Hathor». Escota es la primera reina mítica de Irlanda y la epónima de los escoceses. Y la piedra es la Piedra de Scone, conocida como la «Piedra del Destino» o «Piedra de la Coronación», es una de las joyas de la Corona Escocesa, sobre la que, desde Kenneth I de Escocia (800/13-858) hasta John Balliol (1248-1315), todos los reyes escoceses han sido coronados. Porque cuando Eduardo I de Inglaterra saqueó la Abadía de Scone se llevó la piedra, que, desde entonces, se guarda en la Abadía de Westminster, y se construyó un trono sobre ella, la Silla de la Coronación o Silla de San Eduardo. Sentado en la cual, todos los gobernantes británicos han sido entronizados, excepto María II de Inglaterra.

LAS BRUJAS Y EL TAROT

Que Hathor sea el dado de juego y nosotros sus manchas guarda también una potente analogía con el Tarot, también conocido como «la ley de Hathor». Los arcanos mayores del Tarot son 22 cartas, pero en relación únicamente 21 poseen numeración igualándose a los 21 puntos del dado. Mientras, el arcano del Loco, el tarado o Joker, es la única carta sin número, al ser el propio dado, porque la Diosa a diferencia de nosotros, carece de número y medida.

Durante la caza de brujas no solo se quemaron mujeres, sino también tarots, naipes y juegos. Un ejemplo fue cuando San Juan Capistrano, en San Esteban, predicó contra el frenesí desenfrenado del juego. Atemorizados por su ardiente sermón, la multitud quemó todos sus juegos. Así, muchas barajas de Tarot fueron destruidas por la Inquisición. Esta aversión al Tarot y a los naipes por parte de los inquisidores quedó registrada de nuevo cuando el cazador de brujas Pierre de Lancre publicó en 1622 su libro «L´incredulité et mescréance du srtilège plainement convaincue». En él, afirmó sobre la cartomancia:    
«Es una forma de adivinación de ciertas personas que toman las imágenes y las ponen en presencia de determinados demonios o espíritus que ellos han convocado, a fin de que estas imágenes les instruyan sobre las cosas que ellos desean saber».

Aquí hay un vínculo importante, pues a Andrea Mantegna se le atribuye la creación de los Tarocchi, unas cartas italianas que se creen precursoras del Tarot. Sin embargo, los triunfos iluminados de Cary-Yale (1442-1445), encargados por Filippo María Visconti, parecen ser los mazos de Tarot más antiguos que aún se conservan, aunque ninguno está completo.

En las cartas de Mantegna aparece la virtud cardinal de la Prudencia. En su mano derecha lleva una brújula, como una guía para medir sus pasos, y en la izquierda sostiene un espejo donde se mira a sí misma, buscando la verdad que ilumina su camino. Este espejo conecta con el Ermitaño del Tarot, que lleva un farol con una estrella dentro, simbolizando la introspección que nos ayuda a conocernos mejor. Ese farol es como una luz guía, y esa estrella es un eco de Isis, la protectora de los marineros, que alumbra el camino, conocida como Isis Faria, la diosa del faro.

En la obra «La batalla de los dioses del mar» de Andrea Mantegna, además de ver a la Envidia, encontramos un espejo. Y hablando del espejo, la palabra envidia en latín, invĭdĭa, viene de invidere, que significa «mirar adentro» o «meter la mirada dentro». Al componerse de in- «hacia el interior» y videre «ver», lo que sugiere mirar dentro de uno mismo, más que sentir hostilidad hacia los demás por lo que tienen. Aunque, claro, a nosotros no nos gusta mirarnos dentro, preferimos fijarnos en los otros, y ahí empieza el problema: el mal de ojo o el aojamiento.

Para el eminente etimólogo catalán Joan Corominas, Tarot significa «un porrón sin tarot (sin boca ancha), mal hecho (destarotat)». Emparentado con el sentido de Tarota, «nariz grande» como la de las brujas. Dado que pitonisa deriva de pituitaria, la glándula que se encuentra detrás de la nariz en la base del cerebro y recordemos que la vieja de Mantegna tiene envidia de las mujeres que lactan, este dato es importante, dado que la pituitaria o hipófisis, la glándula del control maestro, produce la hormona prolactina que provoca la lactancia. Esta glándula está situada sobre la silla turca, el asiento del alma, el hueso esfenoides. E Isis, la maga que amamanta, es el trono que todo lo sustenta.

Aquí vuelvo a lo pictórico, porque la verdad siempre se manifiesta en el arte, el absurdo, el chiste y los juegos de palabras, por ser los medios que emplea el inconsciente para mostrarse. En su obra «Extracción de la piedra de la locura» (1500) el Bosco pintó a un hombre al que la sociedad demente rompe volviéndole loco, no lo están curando, porque el que le opera está coronado por un capirote de tonto, un embudo al revés, análogo a un porrón sin boca ancha, ya que Dios no puede verter su conocimiento por esa parte.

El operado nos mira aterrado mientras le extraen la piedra, simbolizada como una margarita, y lo más revelador es que el cuadro es un espejo en el que uno se mira, alertando de que la víctima es uno mismo.

 Estos espejos redondos típicos del Renacimiento holandés se llaman sorcière «bruja» u oeil de sorcière «ojos de bruja».

La margarita es análoga a la perla como fuente de conocimiento. Hathor e Isis transmitían alegóricamente su conocimiento amamantando al faraón para hacerlo digno del trono. La relación entre la lactancia y margarita, la Flor de Freyja, la Venus nórdica (de donde viene «Friday») está en que las glándulas mamarias se disponen como los pétalos de esta flor, por eso aparece grabada en los pechos y el tocado de Hathor.

Freud dijo que las mujeres tenemos envidia de pene, pero psicoanalíticamente, en la caza de brujas se ve más bien una envidia de lactancia, y en concreto, envidia del conocimiento que se transmite de madre como el inconsciente colectivo.

En «El martillo de las brujas», la obra cumbre de la histeria colectiva brujeril, se dice que «fémina» viene de «fe» y «minus», sugiriendo que la mujer siempre tuvo menos fe que el hombre». Pero esta deducción etimológica, además de ser maliciosa, era falsa, porque en latín fēmina significa «hembra, la que amamanta», relacionado con «mamar, chupar», que en griego originó θήλή (thele) «pezón» y también con fēlix («feliz») y fēcundus («fértil»).

Otro símbolo que une a las brujas con la lactancia son los búhos o lechuzas que las acompañan, porque Lechuza significa «Leche nocturna» al derivar del latín lac «leche» + noctua de nocte(m) «noche». En la época clásica, las brujas aparecían como «estriges», criaturas aladas semejantes a harpías o lechuzas que se alimentaban de la carne de bebés.

El bufón es el loco del Tarot, y la palabra «loco» procede del italiano locco «mochuelo, estúpido», emparentada con el latín fallís «fuelle, globo, saco de aire, engañar y disfrazar». Por ello, los payasos usan globos o fuelles, porque Hathor insuflaba el hálito vital incluso a los necios.

Sapos y ranas también se asocian a las brujas y el latín bufo «sapo», evolucionó de la onomatopeya Buff, origen de bufonis, que se usaba para ranas gordas y sapos, y acabó significando bufón. Transformar a los herederos al trono, los príncipes en ranas, es un modo alegórico de señalar su estupidez, como hacen los bufones. Dado que, tanto bufones y Brujas, son espejos de los tontos, si alguien afirma ver una bruja volando en una escoba, ya sabemos lo que es. Este es el motivo de que el sobrero de la bruja sea un cono, porque simula un capirote de tonto, un porrón malogrado, donde no se puede verter conocimiento porque está invertido.

El bufón de la corte, ligado a la transgresión, constituía el espejo torcido del poder y poseía carácter sagrado, siendo el único que le podía decir las verdades al rey sin morir. La bruja, en cambio, era el chivo expiatorio.

Esto nos recuerda que el inconsciente nos dice que nuestro yo es solo una máscara. La palabra persona, del latín persōna «personalidad, carácter, papel que uno representa en una obra teatral», deriva del etrusco phersu, relacionada con el griego πρόσωπον (prósōpon) «máscara», de pros «delante» y opos «cara», es decir, «delante de la cara».

Máscara viene del catalán mascarar y está del italiano maschera; en provenzal, occitano e italiano norteño, masca significa «bruja», igual que el latín medieval masca «bruja; fantasma, espectro», quizás una latinización del celta mask «negro o tiznado». Esto la emparenta con el árabe más-hara «antifaz, payaso, bufón».

Las brujas suelen ir con un gato, porque Hathor, en su versión de felicidad, adopta esta forma. Hathor también llevaba un collar de cascabeles que agitaba para adormecer su furia. Cascabel deriva del latín cascabus «caldero» o caccabulus «cacerolas, cencerros» del griego κάκκαβοϛ (kákkabos) «marmita o caldero». Y, en relación, el latín quassătio es «sacudimiento, agitación», quassare «golpear, agitar, dañar, dar muchos golpes», que es el sentido de «arquetipo», algo que nos golpea para despertarnos y mostrarnos la verdad.

En este sentido, joker parece derivar del germano jucker, de jucken «picar, picor, picazón», y picar deriva del latín picare «pico o sonido de los pájaros, pic al picar», porque Hathor alimentaba al Ka, el alma pájaro, el espíritu del hombre.

La Diosa siempre nos golpea, nos muele, nos barre, ¿Y qué une la escoba de la bruja con el bufón?

La respuesta está en la etimología de Till Eulenspiegel, personaje bufonesco que empezó a aparecer entre 1510 y 1515 en folletines impresos, aunque su tradición oral puede remontarse al siglo XIV. Su apellido Eulenspiegel, eulen + spiegel, se traduce como «búho» y «espejo», porque se le representa, mirándose en un espejo con un búho en el hombro. Pero ulen en bajo alemán significa «barrer, limpiar». Y en el lenguaje del cazador (jägersprache), spiegel es «trasero; grupa o espejo». Así Ul´n spegel significa «límpiame el trasero o patéame el trasero» Ul también puede ser «estúpido», dando «el espejo de los estúpidos». Algo acorde con sus relatos, donde pasea con un marco de espejo vacío que pone ante la gente diciendo «Ik ben ulen Spiegel / Yo soy vuestro espejo», para mostrar sus debilidades y defectos.

En su iconografía, Till Eulenspiegel lleva un gugel, el sombrero de tonto, una capucha de piel de vaca hasta los hombros con dos cuernos rematada por cascabeles. Ante lo que se ha de recordar que los cuernos de Hathor son una alegoría del trono.

Till, como gran emblema del inconsciente que nos dirige, conduce un burro y otras veces, es el crupier de un jinete, el yo burro, que se cree que dirige. En estas ocasiones, Till se sienta delante y se burla sacando la lengua a los transeúntes, haciendo que estos se enfaden con el jinete. Y si se sienta detrás, enseña el culo airándolos por igual. Mientras, el jinete no entiende por qué todos le desprecian. Pues, idiota como es, el yo, nada ve, ni entiende.

Agosto: 2025

© Autora: Elena Catalán Muñoz

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